BAÑO DE GUISANTES FRESCOS– Si no tenían previsto cocinar guisantes para comida, alteraban sus planes y los hacían ¿Por qué? Para aprovechar el agua de la cocción. Y es que el agua de los guisantes frescos calma la irritación de la piel y la sensación de picor que causa la varicela y, en consecuencia, disminuyen las inaguantables ganas de rascarse. Las abuelas cogían un paño de algodón, lo empapaban en el agua de los guisantes y, tras escurrirlo ligeramente, lo aplicaban por todo el cuerpo del enfermo una y otra vez, hasta que se calmara. También bañaban al enfermo en agua turbia a la que habían añadido la de cocer los guisantes o un vaso de vinagre de sidra.
PLANTAS “RECUPERADORAS”– Y en su cocina no faltaba una infusión de plantas que aceleran la curación de la varicela: albahaca, manzanilla, poleo, caléndula y verbena. Mezclaban estas hierbas a partes iguales y añadían dos cuchara-das en tres cuartos de litro de agua hirviendo. La daban a beber varias veces al día aderezada con miel y limón.